En esos últimos momentos me di
cuenta cuanto pude haber hecho y no hice. Por cada bocanada de aire que cogía
con todas mis fuerzas sabía que era una menos para acercarme a ese sueño
profundo del que no iba a despertar nunca más. Tuve miedo, pero me di cuenta
que todo el miedo que tenía era porque nunca compartí mis emociones.
Volví a respirar de nuevo y me
apresuré a decir todo lo que quería decir, quería dar las gracias a los que estuvieron
conmigo hasta el último momento de mi existencia y a los que me enseñaron a
base de hostias aunque allí no estuvieran, a las que me hicieron sentirme bien
conmigo mismo y me apoyaron en todas las decisiones que me limité a seguir y ni
si quiera rechistaron, simplemente estaban ahí para cogerme cuando callera,
gracias.
Cada vez me costaba más respirar
pero seguí hablando. Lo que más odie de mi comportamiento es que cuando
verdaderamente me apetecía dar un abrazo a alguien nunca se lo di, echaba de
menos el contacto de una persona y lo reconfortante que es un simple abrazo. A través
de ese acto sientes un gran bienestar, algo que yo he sentido muy pocas veces,
nunca me atreví a darlos como si nada.
Por un momento dejé de hablar y
os miré a todos. Estabais ahí callados todos, sentía una gran paz porque por fin
dije lo que quería que supierais y en ese momento dejé de tener miedo.
Todo se acabó. No sé porque tenía
miedo, ahora no hay nada por lo que sufro. Solo quería daros las gracias por
aportarme tanto en mi vida, habéis sido grandes personas de las cuales aprendí
algo de cada uno de vosotros. Tengo un gran recuerdo vuestro y espero que
vosotros de mí también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario